Tercer puesto en el concurso de cuentos: Juegos Florales UNFV 2016.
Dedicado a todos los hermanos y hermanas que son menores en la familia. En especial a la pequeña de mi hogar: Lucero Figueroa.
Una tortuga en el cementerio
Miguel y yo terminamos de
almorzar a las cinco de la tarde. El tiempo estaba en nuestra contra. Cogí una
botella con agua y me paré en el umbral de la puerta.
- ¡Apura, hermano! El
cementerio cierra su portón a las seis, le dije.
Miguel obedeció mi mandato y
luego le echó llave a la puerta de la casa. Salimos de la quinta y abordamos el
transporte público.
- Utilizas el cepillo hasta en
la nariz, le dije con una sonrisa burlona.
- Que vergüenza. Es tu culpa.
Tienes tanta prisa que no me dejas ni mirarme al espejo, me respondió
limpiándose la pasta dental.
- El reloj no espera ni
regresa. Además, sabes que hoy más que nunca, debemos visitar a mamá.
- Sí, lo sé.
Difícil de comparar al cementerio Presbítero Matías Maestro. En él hay una pléyade de peruanos
admirables. Me alegra mucho que mi madre pertenezca a este laberinto de curvas
históricas.
En la puerta del cementerio
nos abordaron varias vendedoras. Las floristas nos colocaban las flores en las
narices. Miguel y yo, parecíamos congresistas; las vendedoras, reporteras.
Finalmente, nos decidimos en
comprar claveles y gladiolos, una carta musical y dos globos que decían: “Feliz
cumpleaños mamá”.
El guardia, delgado y ojeroso,
nos abrió el portón del cementerio.
Entramos.
Quitamos las flores marchitas
y el agua sucia de la jardinera. Colocamos los accesorios, el agua y las flores
nuevas.
Frente al nicho de mamá,
cantamos Las mañanitas, y el sol
descendía molesto. Sabíamos que la canción no estaba acorde con el tiempo, pero
a mamá le gustaba esa canción en sus cumpleaños.
Terminamos de soltar nuestros
gallos y luego comenzamos a orar.
- Acabo de ver a una señora
que vende golosinas. Iré a comprar, me dijo mi hermano menor.
- Está bien, Miguel. Anda
rápido, termino de rezar y nos vamos, le respondí.
Ya había terminado tres padres
nuestro, cuatro ave María y dos credos, pero Miguel no volvía.
El cielo comenzó a pintarse de
color noche y las nubes a moverse como el pincel de un pintor dadaísta. No
esperé más y fui en busca de Miguel.
No había ningún alma, sin
sentido figurado, y estaba oscuro en los pasadizos. Me paré en una piedra y
comencé a gritar el nombre de mi hermano. Nadie me respondió. Me di cuenta que
me encontraba lejos del portón y en un sector desconocido del cementerio.
Estaba frente a un mausoleo,
cuando escuché, por atrás, un sonido de dolor. Volví las espaldas y me percaté
que había un nicho vacío. Me acerqué al nicho, lentamente, y quedé como una
estatua cuando dos ojos, iluminados, se posaban en los míos. Iba a correr como
un guepardo, pero el ser extraño hizo notar su cola. Era un gato negro. Sentí
un gran alivio al descubrir que no era un ser extraño y que yo transformado en
guepardo, podía tener el festín asegurado.
Seguí en busca de Miguel. Las
jardineras se movían al compás del fuerte viento y, en algunos pasadizos, se
escuchaba Fur Elise de Beethoven.
A pesar de nuestra diferencia
de edad, Miguel y yo éramos uña y mugre.
Cuando yo estaba en quinto de media, Miguel recién entraba a la secundaria. Siempre lo defendía de los abusivos y le
pagaba dinero para que transcriba las tareas en mis cuadernos.
Una gota cayó sobre mi
mejilla. No era llanto, estaba garuando. Creció mi furia hacia Miguel y, mientras
caminaba, me pregunté: ¿Miguel, por qué tienes las patas de tortuga?
Estaba perdido. Con cada paso
que daba, sentía que me alejaba más del portón. Entré en desesperación y
comencé a correr. La garúa se volvió intensa y, con una escalera echada,
tropecé.
Fui rodando hasta caer en un hueco de dos metros. Era una tumba en
construcción. Me lastimé fuertemente la pierna derecha. Todo mi cuerpo estaba
de lodo y casi encarcelado. Me dolía el cuerpo, pero tuve que abrir mis piernas
y subir a paso de cangrejo. Caí dos veces, pero a la tercera logré salir de
ahí.
Me sacudí la tierra del
pantalón y la chaqueta. La garúa lavaba mi ropa. Empapado de agua seguí
caminando y volví a decir: ¿Miguel, por qué tienes las patas de tortuga?
No llevaba reloj, pero
calculaba que había pasado unas dos horas desde que estuve con Miguel. Caminaba y
cada sector era una ciudad nueva. En una caja de cartón, encontré seis
cachorritos. Cogí uno y comencé a acariciar su delicado cuerpo.
No duró mucho
tiempo mi cariño. La madre de la cría, que poseía en mis manos, se acercó y
comenzó a ladrar. Salieron dos perros más. Luego tres. Cuando menos me lo
esperé, una jauría me ladraba. A pesar del dolor en mi pierna, atiné a correr, y a esconderme
detrás de un árbol frondoso. Por fin los perros se callaron y me fui
lentamente.
Los perros eran una señal de
que el portón principal estaba cerca. Una vez escuché a un cuartelero decir que
los guardias no alojan lejos del portón del cementerio a sus animales. Era
cierto. Pude ver las rejas del portón y una mano, desde afuera, que me hacía
señas para que me acercara.
Era mi hermano Miguel.
- ¿Dónde diablos te metiste?, le dije a Miguel mientras
el guardia abría el portón.
- Compré la galleta y cuando regresé no estabas,
me respondió.
- No sabes la odisea que me has hecho pasar. ¡Ven
aquí, maldito!
Definitivamente le di de
coscorrones en ese momento, pero luego, con mi doble moral, lo abracé
tiernamente. Me sentí aliviado de ver de nuevo a mi hermano.
- ¿Miguel, por qué tienes las patas de tortuga?, le
dije.
- Disculpa. Quizá sea porque mis piernas son
pequeñas, pero déjame decirte que las tortugas no son ociosas. Ellas son
cautelosas y perseverantes… Por favor, no sigas enojado conmigo, hermano. Te
quiero mucho.
- Tus palabras me recuerdan a la fábula de La liebre y la tortuga. Carrera peculiar.
En fin, vámonos de aquí. Necesito darme un baño y cambiarme de ropa urgente.
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Muy interesante,me mantuvo pegado de inicio a fin.
ResponderBorrarGustó.
ResponderBorrarVas bien! No dejes de escribir.
esto lo senti tan familiar... muy bueno
ResponderBorrarMuy bueno! Sigue escribiendo :)
ResponderBorrarExcelente, continua explotando ese don
ResponderBorrarUn conjunto de emociones, me gustó
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